"Tan alto como la luna."
David posó la punta de su pluma en su tupida perilla que tantos años le había acompañado, pensando qué escribir. Normalmente le llevaba poco tiempo decidirse, y en esta ocasión no fue distinto. Miró por la ventana, y la enorme luna llena le inspiró. A partir de ahí, la pluma escribía sola, como siempre:
"La
Luna. Siempre ahí, siempre brillando. Siempre he querido hacer su
trabajo, iluminar en los paseos de los enamorados, inspirar a poetas, artistas, soñadores... ser el centro de atención en la noche, sobresaliendo entre las
demás estrellas, ser en la que más se fijen, por desgracia, y desde que
tengo memoria, nunca ha sido así. Nunca nadie se ha fijado en mí. He
vivido, vivo, y viviré en una segunda fila permanente respecto al resto
del unverso.
Incluso cuando era niño, cuando iba a preescolar, la profesora a veces cuando pasaba
lista al final de clase, pensaba que ni siquiera había ido, porque
siempre he tenido la capacidad de pasar desapercibido, inadvertido:
- López, David. ¿¿No ha venido hoy??
- ¡Profe! ¡¡Estoy aquí!!
- Perdona cielo, no te había visto...
Y
así siempre, entre mis amigos incluso, siempre estaba ahí pero nunca se
notaba. Siempre se ha podido contar conmigo para cualquier cosa, pero
poca gente lo sabe, siempre dispuesto a ayudar, siempre ahí para echar
una mano, pero eso da igual, a quién le importaría.
Quizá
cuando peor lo pasé fue en mi etapa de adolescente, ya que vivir en un segundo plano había desarrollado en mi personalidad un tremendo
extrovertismo, no tenía reparo alguno en hablar con cualquier
desconocido y entablar conversación con alguien. La timidez no era el
problema, solo la cruz que me acompañaba desde siempre, nadie se fijaba
en mí.
Parece difícil de entender, y seguramente lo sea. Igual puede hasta la impresión de que esté exagerando, que sea un
inténtico patético de dar pena, pero no lo pretendo, nunca lo he hecho, y
nunca lo haré, no sé dar pena, quizá la doy por mí mismo. Esto jamás lo va a leer nadie. De todas
maner..."
David dejó de escribir, arrancó la hoja, y la tiró al fuego de la chimenea con toda la rabia que un hombre puede acumular durante años y años de soledad.
-¿Qué
estás haciendo David? Deja de hacer gilipolleces. -Se gritaba para sí
mismo, mientras una lágrima recorría sus marcadas y triste facciones. -Vamos a
por algo para picar a la nevera.